AROMATERAPIA, ANTIGÜA Y VIGENTE
Desde el origen de la humanidad, nuestro olfato fue un sentido fundamental para garantizarnos nada menos que la supervivencia. Aprendimos a oler el peligro, la presencia de enemigos, animales que pudieran atacarnos, o simplemente a reconocer el aroma de lo desconocido. Salvada la vida de los riesgos inminentes, nuestra atención se dirigía a nuestra segunda actividad vital: conseguir alimentos. Y el olfato, para los primeros recolectores de fruta, cazadores y, más tarde, agricultores, era el juez inequívoco entre aquellas especies consideradas “comestibles” y aquellas que no nos aportaban nutrición, o hasta eran nocivas para nuestro organismo.
La reproducción también tenía (y tiene) un fuerte componente olfativo. En el sexo, como en todas las otras actividades que el hombre-animal desarrollaba, el aroma de la persona deseada era la fuente primordial de estimulación y atracción, sugiriéndonos incluso los momentos más propicios para la unión carnal.
Ya en forma intuitiva, aquellos que se adentraban en el terreno de la curación, encontraban hierbas poderosas que no solo por la ingestión, sino también por su aroma, modificaban los estados internos y externos de los que se sentían extraños.
La enfermedad física, para los primeros magos, brujos, médicos y sacerdotes (estas cuatro palabras se usaban indistintamente en las primera épocas del hombre), representaba posiblemente las huellas del ingreso de demonios ó espíritus malignos en el alma del enfermo, y quemar plantas aromáticas contribuía a los rituales de purificación necesarios para extirparlos.
Así, en una suerte de ensayo y error, nuestra ciencia primitiva llegó a reconocer numerosas plantas con propiedades antibióticas, antidepresivas, cicatrizantes, expectorantes, febrífugas, afrodisíacas, laxantes, sedantes, astringentes y muchas más. Estas plantas, que más adelanta serían consideradas por la ciencia bendiciones colocadas por Dios como mensajes de salud, acompañaron a innumerables personas en momentos de transición, momentos difíciles ó especiales en los que el cuerpo reaccionaba a los cambios de estado mental ó del alma. De esta manera, se construyó una poderosa tradición folklórica que nos enseña aun hoy acerca del uso de las plantas para nuestro beneficio.
Mientras tanto, la evolución de la humanidad nos condujo al uso protagónico de otros sentidos. Primero lo auditivo, por la importancia que el ser humano atribuyó al lenguaje, y luego lo visual, con el nacimiento de la escritura, pero intensificado notablemente en los últimos años en los que la comunicación se ha vuelto casi “icónica” (de “ícono”): televisión, computadoras, menos texto y más fotografía. Esto propició un adormecimiento de nuestros otros sentidos (gusto, tacto y olfato).
Esa sensibilidad que fuimos perdiendo, ha influído dramáticamente en nuestra forma de actuar, pensar, y en nuestro estado general de salud.
A nivel de curación, aprendimos a concentrarnos en meramente eliminar los síntomas físicos que suponíamos anormales, de modo de restaurar el correcto funcionamiento del cuerpo.
De esta forma, nos hemos alejado más y más de la relación entre la expresión física del cuerpo y los pensamientos, emociones, y nuestra unidad con todas la naturaleza y el espíritu. Y así, lo que llamamos medicina se alejó para siempre de nuestra vida espiritual. El médico y el sacerdote son hoy dos personas distintas sin conexión evidente entre sus actividades, y nuestro recuerdo de las generaciones más cercanas hace parecer esto absolutamente normal y aceptable.
Asimismo resulta absolutamente normal y aceptable la curación de partes de nuestro cuerpo como si fueran piezas mecánicas, sin atender a lo que está sucediendo en otros niveles de nuestra consciencia.
Pero aceptar la curación en uno de estos niveles (físico, mental, emocional ó espiritual), sin considerar la evolución de los demás, es creer que tenemos un cuerpo que carece de alma. En las primeras décadas del S XX, muchas voces comenzaron a alzarse (lo vimos en el texto “Introducción a las terapias naturales”: R.Steiner, E. Bach, C. Jung, etc), señalando esta paradoja, bajo una nueva perspectiva, de muchas de las posibilidades que habían sido descartadas, deshechadas u olvidadas por no encajar dentro de la realidad planteada de la curación mecanicista.
Con el ruido que hicieron esas voces, muchas mentes comenzaron a despertarse, a comprender que la salud no es la falta de enfermedades ó la simple remisiòn de las mismas, que la salud es bucear en las profundidades del alma para encontrar el origen de lo que nuestro cuerpo está mostrando con sus síntomas y señales, que la salud implica construir un puente entre nuestros pensamientos, sentidos, emociones, lenguaje y acciones.
La construcción de la salud es una tarea individual, no una pastilla ó un profesional que “lo va a curar”, sino la responsabilidad interior de recorrer nuestro propio camino. Es importante la consulta médica y otros profesionales de la salud, pero ahora desde un nuevo punto de vista.
El uso de los Aceites Esenciales debe encuadrarse en un concepto más amplio, en el que reflexionemos profundamente acerca de nuestro estilo de vida, nuestros hábitos de alimentación, ejercicios físicos y espirituales, el cuidado amoroso de nuestras relaciones, nuestros patrones de pensamiento y el uso de otras terapias naturales. Solo así podemos asegurar un estado de salud y crecimiento espiritual permanente, y los aromas pueden ser nuestros aliados fundamentales para recuperar la sensibilidad dormida.
El cuerpo mantiene un estado interno constante, donde la temperatura, el nivel de azúcar de la sangre, y otras variables son mantenidas dentro de límites angostos. Este proceso se conoce como “homeostasis”. Esta capacidad es fundamental para la vida, la expresión de una fuerza interna trabajando hacia la armonía y la integración. Si el cuerpo no mantuviera este estado de homeostasis no sobreviviríamos por mucho tiempo.
Este principio también se aplica a nuestro ambiente. Nuestro medio (la tierra en su totalidad), se adapta a los cambios pero, como nos sucede a nosotros, solo puede hacerlo dentro de ciertos límites. Pasados los mismos, corre el riesgo de morir.
Como seres humanos vivimos en contacto con dos ambientes, el externo (ecológico), y el interno (fisiológico). Los aromas pueden verse como un puente entre lo interno y lo externo, incrementando así la salud mientras facilita la armonía y resonancia entre ambos. Una vez que recuperamos el equilibrio, podemos irradiar nuestro más elevado estado de salud hacia el sistema exterior.
Si modificamos nuestra visión, podemos comprender que somos parte integrante de la Tierra ( y del Universo en su totalidad), y no estamos separados de todas las cosas.
Cuando nos curamos con la ayuda de la plantas, gemas, ó algún elemento natural, una parte de la ecología es sanada. Curando nuestros cuerpos y mentes estaremos más presentes influyendo en nuestra realidad, siendo más completos.
Y tal vez este nuevo estado de salud nos permita el crecimiento de los niveles de consciencia hasta el punto de transformarmos en co-creadores conscientes con la naturaleza, y no en sus predadores.
Nuestro nivel de salud y plenitud puede afectar todo el ambiente. Puede afectar nuestras relaciones, que afectan a la sociedad, y tiene la semilla con el potencial de curar a toda la humanidad.
Si consideramos el concepto de Gaia (la Tierra viva) y recordamos que constantemente opera para mantenerse en estado de homeostasis, podemos comprender cómo los aromas actúan como agentes homeostáticos, trayendo una integraci´ñon entre los distintos niveles de nuestro cuerpo-mente.
Nuestro sistema vital está siempre en movimiento, con elementos externos variables que influencian el sistema. Éste a su vez hace lo posible para permanecer en equilibrio y permanecer vivo.
La salud se logra cuando el ecosistema personal, nuestro espacio interior, logra una comunicación equilibrada con el espacio exterior, haciéndose uno.
Las emociones, pensamientos y flujo espiritual son tan importantes para la salud como el estado de órganos y tejidos dentro del cuerpo. Si estamos preocupados con respecto a la salud, todos nuestros aspectos personales están involucrados.
La persona considerada enferma, es, en realidad, el curador. Puede obtenerse ayuda de especialistas, sean médicos ó naturópatas, psicoterapeutas, ó chamanes, pero la responsabilidad de la curación nunca debe delegarse a otro que no sea uno mismo.
La curación, como todo poder, proviene del interior. Los aromas ayudarán en el proceso, pero la curación es inherente a estar vivo. Nos hemos acostumbrado a entregar el poder a los así llamados expertos, pero es importante para lograr una salud verdadera, reconocer nuestra libertad, esa deliciosa responsabilidad que nos permite conducir el desenvolvimiento de nuestra vida.
Las herramientas y técnicas de curación, como lo es el arte de la Aromaterapia, no son otra cosa que disparadores de las fuerzas interiores de curación y regeneración . Sin embargo, no importa lo poderosas que estas herramientas sean, no funcionarán en forma profunda si no revisamos nuestro estilo de vida y forma de ver el mundo ( y nuestras acciones).
El primer paso es remover los juicios de valor. La enfermedad no es algo “malo”. Esto no quiere decir que no valoremos el sentirnos bien, sino que la rigidez y presión con la que nos hemos acostumbrado a ver a las enfermedades, contribuye a la enfermedad misma.
La enfermedad puede ser una oportunidad creada dentro de uno mismo para cambiar y transformar nuestra vida, y vista así, puede ser revisada con menos resistencia y desaprobación.
Hay momentos donde el problema se transforma en una oportunidad de utilizar la voluntad y luchar, y momentos para permanecer quietos y en paz con el proceso. Es imposible generalizar la forma de aprender una lección ofrecida. Juzgarla ó juzgarse a uno mismo es perder una valiosa oportunidad.
Elsa B. Mirol Colella
Consultoría Psicológica, Astrológica y Floral
CTS-CENTRO DE TERAPIAS PARA LA SALUD
(+54 11) 47027734/(+54 9 11) 57316361
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