La alegría
contra el desconsuelo de
nuestro tiempo
(fragmento del libro de Anselm Grün)
Escucho
a menudo que a la gente le resulta difícil la Biblia. Intentan leerla, pero no la entienden. Les parece un mundo desconocido. Necesitan a
alguien que les diga cómo abordarla, con guías, por ejemplo, acerca de su
contenido e interpretación. Pero el
lector de la Biblia no se ha de conformar con repetir como un loro lo que otros le dicen. Debe enfrentarse con los textos
personalmente. Lo importante es establecer una conexión entre el texto y la
propia vida:
· ¿Qué
me dice el texto a mí, en la situación que estoy viviendo hoy?
· ¿Encuentro
una respuesta a las preguntas que me
inquietan en este momento?
(…)
¿Cómo
se puede conseguir todo esto?
Al leer la Biblia, lo importante no es estudiar
todos los datos históricos ó imbuirse perfectamente de la teología del autor en
cuestión, sino más bien leer el texto a la luz de la propia vida y preguntarse:
¿qué significan estas palabras para mí?
¿que desencadenan en mi interior?,
¿cómo
me afectan?,
¿hasta qué punto cuestionan la comprensión que tengo de mí mismo?,
¿en qué sentido abren ante mis ojos un horizonte nuevo?
Mantengo
un diálogo con el texto, a lo largo del cual me pregunto quién soy yo y cómo
debo entender mi vida. Y con bastante frecuencia descubro que debo cambiarla
porque me he metido interiormente en un callejón sin salida.
A la
hora de interpretar el texto, puede ser útil tomarse en serio “la plasticidad
del lenguaje bíblico”. Todo lenguaje es, en esencia, expresión de una
experiencia.
El lenguaje de la Biblia
expresa con imágenes las experiencias que algunas personas tuvieron de Dios y
de Jesucristo. Por eso es importante que
al leer veamos las palabras de la Biblia como imágenes.
Las
imágenes abren una ventana a través de
la cual podemos mirar el misterio de nuestra vida y el misterio de Dios.
Cuando
tomamos las palabras bíblicas como imágenes, no sucumbimos a la tentación de
discutir quién tiene razón en su interpretación.
Lo importante no es tener razón, sino
encontrarse con el Dios que nos habla con las palabras de la Biblia e ilumina
nuestra vida con las imágenes bíblicas.
No debemos tener miedo a no estar lo
bastante informados acerca de la teología bíblica. Las imágenes nos invitan a mirar, a través de
ellas, a Dios, que desea mostrarnos quiénes somos realmente y cómo planificar
nuestra vida.
(…)
Ya la
Iglesia primitiva, reflexionaba sobre la manera de leer y meditar la Biblia.
Orígenes elaboró lo que se denomina “interpretación espiritual ó mística de la
Escritura.
Como hilo conductor, no toma
la pregunta “¿Quién debo hacer?” sino más bien “¿Quién soy yo?”
Todos los textos bíblicos son entendidos como
imágenes que pretenden exponer el misterio de mi camino hasta Dios. Me muestran cómo me encuentro ante Dios y qué
pasos debo dar para acercarme a Él.
Sobre
el trasfondo de esta interpretación espiritual de la Escritura, ya en el siglo
IV, los monjes elaboraron lo que se
llamó “lectio divina” (“lectura divina”, es decir, la lectura de la Sagrada
Escritura).
La lectio divina comprende
cuatro pasos: lectio, meditatio, oratio y contemplatio, los cuales podrían ser
también hoy para nosotros una buena manera de meditar los breves textos bíblicos que se nos proponen cada día.
Lectio
(la lectura)
Leer
el texto muy despacio, como si lo leyera por primera vez. No deseo ampliar mis conocimientos
teológicos, sino dejarme alcanzar por la Palabra de Dios.
Presto atención a
dónde me afecta determinada palabra y lo que provoca en mí.
Dice Gregorio Magno que lo que se busca con
la lectura es descubrir en la palabra bíblica el Corazón de Dios. Leo la
Biblia, por tanto, para encontrarme con Dios y con Jesucristo, de quien habla
cada una de las páginas, sobre todo del Nuevo Testamento.
Meditatio
(la meditación)
Supone
dejar que la Palabra de la Escritura cale en mi corazón.
No reflexiono sobre
ella, sino que intento paladearla y saborearla.
La repito continuamente en mi corazón.
El evangelista Lucas describe este método tomando como ejemplo a María,
la madre de Jesús. A continuación de la
escena en la que ésta escucha las palabras de los pastores, dice de ella: “Pero
María conservaba todas estas palabras y las sopesaba en su corazón” (Lc 2, 19).
La palabra griega “symballousa”, traducida aquí por “sopesar”, significa en
realidad “juntar”, “mezclar”, “dar vueltas”.
Lucas ve en María a la mujer contemplativa que conserva la Palabra de
Dios en su corazón y le dá vueltas y más
vueltas para entenderla cada vez mejor. Con ello describe la esencia de la
meditación.
La
meditación consiste en repetir en el corazón la palabra de Dios para que ésta
vaya impregnando cada vez más el corazón y las profundidades del alma.
No debe
permanecer solo en la mente, pues ésta siempre anda inquieta. Las palabras que solo se escuchan con la
mente se desvanecen enseguida. Pero
cuando en el corazón retumba la Palabra de Dios, ésta penetra cada vez más en
el inconsciente del ser humano e ilumina también los abismos de su alma,
produciendo en el ser humano un sabor agradable.
Los
Padres de la tradición monacal llaman también a la meditación “ruminatio”; “rumia”.
Dicen que la palabra que se repite ó se “rumia” llena todo el cuerpo de
un dulce sabor. Es el sabor divino del
amor, la paz y la alegría.
En la
tradición latina, “meditari” significa detenerse junto a algo, practicar una y
otra vez. También puede entenderse como “llegar
al centro”. La Palabra debe llegar hasta
mi centro. Ha de convertirse para mí en
el centro desde el cual yo debo vivir. Y
ha de conducirme hasta mi centro íntimo, a partir del cual deseo configurar mi
vida.
Oratio
(la oración)
El
tercer paso de la lectio divina es la oratio, que se refiere a una breve
oración en la que expreso mi anhelo de Dios con todos mis sentimientos y
afectos. En la meditatio –dicen los monjes- se despierta el anhelo de Dios. En la oratio le pido a Dios que mi anhelo se
cumpla. Qué él mismo se me dé, para que
yo me haga uno con él. Que la Palabra me
introduzca cada vez más profundamente en
el amor de Dios, para que yo me entregue en sus amorosas manos.
Contemplatio
(contemplación, unión)
El cuarto paso es la contemplatio. Los monjes
dicen que nosotros solo podemos practicar los tres primeros pasos de la lectio
divina. El cuarto es un don de la Gracia
de Dios. Tras haber meditado las Palabras de la Escritura, nos desprendemos de
las palabras e intentamos hacernos uno con Dios en el silencio. En las
palabras nos ha tocado el mismo Dios. En este momento intentamos tocar a
Dios y hacernos uno con El en la contemplación.
Para
los primeros monjes, la mística es siempre mística de la Sagrada
Escritura. Leyendo y meditando la Biblia,
tenemos las experiencias místicas más profundas.
La meta de toda mística es hacernos uno con
Dios; no reflexionar ya más sobre El,
sino llenarnos de Él y olvidarnos de nosotros mismos en El. Allí donde nos olvidamos de nosotros mismos, estamos totalmente presentes, somos
totalmente uno con el instante actual, totalmente uno con Dios.
Contemplari
significa propiamente mirar. Pero no veo
algo determinado. No tengo ninguna visión.
Más bien, miro el fundamento del ser.
Cuenta el Papa Gregorio acerca de San
Benito, como éste vio el mundo entero en un único rayo de sol. Con ello describe la esencia de la contemplatio.
De repente, en una única mirada, lo veo
todo; no una cosa detrás de la otra,
sino una dentro de la otra. No distingo
nada delimitado sobre lo que pueda hablar. Más bien, comprendo. De pronto, todo está claro para mí. No sé cómo explicar mi vida. Pero en lo más
hondo de mi corazón sé que todo se ha aclarado.
Todo está bien tal como es. La
contemplación es asentimiento al ser, asentimiento a mi vida, conformidad con
todo cuanto es.
En la
contemplación no reflexionamos sobre Dios. Pues mientras reflexionemos sobre
Dios, seguiremos separados de Él. La contemplación pretende llevarnos a la
Unidad con Dios.
Isaac
de Nínive dice que la Palabra de la Escritura nos abre las puertas al misterio
silencioso de Dios. Dios, que se expresa en la Palabra, está, sin embargo, más
allá de toda palabra. Y, no obstante,
necesitamos las palabras para llegar hasta ese ámbito sin palabras del
silencio, y, una vez allí, habitar en Dios y hacernos Uno con El.
En el
silencio me desprendo de mis pensamientos e imágenes. Simplemente estoy ahí, soy uno conmigo mismo,
uno con Dios. Esto no dura más que un
instante. Y no puedo provocarlo, sino
que lo vivo como un don. En este ámbito
del misterio sin palabras de Dios puedo sentirme en casa.
La
palabra alemana “Heimat” (hogar, patria), viene de “Geheimnis” (misterio). Solo
puede estar en casa quien habita el misterio. En Dios mi alma llega al
descanso. Entonces se hace realidad lo
que dice el salmista “Tranquilizo y acallo mi alma. Como un niño en brazos de su madre, como un niño,
así descansa mi alma en mi” (Sal 131, 2)
Este
habitar en el misterio de Dios es como el descanso de un niño junto al rostro
de su madre. Es sentirse seguro junto al
Dios que es padre y madre a la vez.
"La alegría, contra el desconsuelo de nuestro tiempo"
Anselm Grün
Sacerdote benedictino
Psicólogo
Escritor y Guía Espiritual
Prior de la Abadía de Münsterschwarzach (Alemania)
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Elsa B. Mirol Colella
Consultoría Psicológica, Astrológica y Floral
CTS-Centro de Terapias para la Salud
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