jueves, 4 de enero de 2018

Meditar desde lo cristiano y los Padres del Desierto

La alegría

contra el desconsuelo de nuestro tiempo

(fragmento del libro de Anselm Grün)



Escucho a menudo que a la gente le resulta difícil la Biblia.  Intentan leerla, pero no la entienden.  Les parece un mundo desconocido. Necesitan a alguien que les diga cómo abordarla, con guías, por ejemplo, acerca de su contenido e interpretación.  Pero el lector de la Biblia no se ha de conformar con repetir  como un loro lo que otros le dicen.  Debe enfrentarse con los textos personalmente. Lo importante es establecer una conexión entre el texto y la propia vida:

·      ¿Qué me dice el texto a mí, en la situación que estoy viviendo hoy?
·     ¿Encuentro una respuesta a las preguntas que me  inquietan en este momento?

(…)

¿Cómo se puede conseguir todo esto? 

Al leer la Biblia, lo importante no es estudiar todos los datos históricos ó imbuirse perfectamente de la teología del autor en cuestión, sino más bien leer el texto a la luz de la propia vida y preguntarse: 

¿qué significan estas palabras para mí? 
¿que desencadenan en mi interior?, 
¿cómo me afectan?, 
¿hasta qué punto cuestionan la comprensión que tengo de mí mismo?, 
¿en qué sentido abren ante mis ojos un horizonte nuevo?

Mantengo un diálogo con el texto, a lo largo del cual me pregunto quién soy yo y cómo debo entender mi vida. Y con bastante frecuencia descubro que debo cambiarla porque me he metido interiormente en un callejón sin salida.

A la hora de interpretar el texto, puede ser útil tomarse en serio “la plasticidad del lenguaje bíblico”. Todo lenguaje es, en esencia, expresión de una experiencia.  

El lenguaje de la Biblia expresa con imágenes las experiencias que algunas personas tuvieron de Dios y de Jesucristo.  Por eso es importante que al leer veamos las palabras de la Biblia como imágenes.

Las imágenes abren una ventana  a través de la cual podemos mirar el misterio de nuestra vida y el misterio de Dios.

Cuando tomamos las palabras bíblicas como imágenes, no sucumbimos a la tentación de discutir quién tiene razón en su interpretación.  

Lo importante no es tener razón, sino encontrarse con el Dios que nos habla con las palabras de la Biblia e ilumina nuestra vida con las imágenes bíblicas. 

No debemos tener miedo a no estar lo bastante informados acerca de la teología bíblica.  Las imágenes nos invitan a mirar, a través de ellas, a Dios, que desea mostrarnos quiénes somos realmente y cómo planificar nuestra vida.

(…)

Ya la Iglesia primitiva, reflexionaba sobre la manera de leer y meditar la Biblia. Orígenes elaboró lo que se denomina “interpretación espiritual ó mística de la Escritura.  

Como hilo conductor, no toma la pregunta “¿Quién debo hacer?” sino más bien “¿Quién soy yo?”  

Todos los textos bíblicos son entendidos como imágenes que pretenden exponer el misterio de mi camino hasta Dios.  Me muestran cómo me encuentro ante Dios y qué pasos debo dar para acercarme a Él.

Sobre el trasfondo de esta interpretación espiritual de la Escritura, ya en el siglo IV,  los monjes elaboraron lo que se llamó “lectio divina” (“lectura divina”, es decir, la lectura de la Sagrada Escritura).  

La lectio divina comprende cuatro pasos: lectio, meditatio, oratio y contemplatio, los cuales podrían ser también hoy para nosotros una buena manera de meditar los breves  textos bíblicos que se nos proponen cada día.

Lectio (la lectura)

Leer el texto muy despacio, como si lo leyera por primera vez.  No deseo ampliar mis conocimientos teológicos, sino dejarme alcanzar por la Palabra de Dios. 

Presto atención a dónde me afecta determinada palabra y lo que provoca en mí.  

Dice Gregorio Magno que lo que se busca con la lectura es descubrir en la palabra bíblica el Corazón de Dios. Leo la Biblia, por tanto, para encontrarme con Dios y con Jesucristo, de quien habla cada una de las páginas, sobre todo del Nuevo Testamento.


Meditatio (la meditación)
Supone dejar que la Palabra de la Escritura cale en mi corazón

No reflexiono sobre ella, sino que intento paladearla y saborearla.  La repito continuamente en mi corazón.  

El evangelista Lucas describe este método tomando como ejemplo a María, la madre de Jesús.  A continuación de la escena en la que ésta escucha las palabras de los pastores, dice de ella: “Pero María conservaba todas estas palabras y las sopesaba en su corazón” (Lc 2, 19). 

La palabra griega “symballousa”, traducida aquí por “sopesar”, significa en realidad “juntar”, “mezclar”, “dar vueltas”.  Lucas ve en María a la mujer contemplativa que conserva la Palabra de Dios en su  corazón y le dá vueltas y más vueltas para entenderla cada vez mejor. Con ello describe la esencia de la meditación.

La meditación consiste en repetir en el corazón la palabra de Dios para que ésta vaya impregnando cada vez más el corazón y las profundidades del alma

No debe permanecer solo en la mente, pues ésta siempre anda inquieta.  Las palabras que solo se escuchan con la mente se desvanecen enseguida.  Pero cuando en el corazón retumba la Palabra de Dios, ésta penetra cada vez más en el inconsciente del ser humano e ilumina también los abismos de su alma, produciendo en el ser humano un sabor agradable.

Los Padres de la tradición monacal llaman también a la meditación “ruminatio”;  “rumia”.  Dicen que la palabra que se repite ó se “rumia” llena todo el cuerpo de un dulce sabor.  Es el sabor divino del amor, la paz y la alegría.

En la tradición latina, “meditari” significa detenerse junto a algo, practicar una y otra vez.  También puede entenderse como “llegar al centro”.  La Palabra debe llegar hasta mi centro.  Ha de convertirse para mí en el centro desde el cual yo debo vivir.  Y ha de conducirme hasta mi centro íntimo, a partir del cual deseo configurar mi vida.


Oratio (la oración)
El tercer paso de la lectio divina es la oratio, que se refiere a una breve oración en la que expreso mi anhelo de Dios con todos mis sentimientos y afectos.  En la  meditatio  –dicen los monjes-  se despierta el anhelo de Dios.  En la oratio le pido a Dios que mi anhelo se cumpla.  Qué él mismo se me dé, para que yo me haga uno con él.  Que la Palabra me introduzca cada vez  más profundamente en el amor de Dios, para que yo me entregue en sus amorosas manos.


Contemplatio (contemplación, unión)
El  cuarto paso es la contemplatio. Los monjes dicen que nosotros solo podemos practicar los tres primeros pasos de la lectio divina.  El cuarto es un don de la Gracia de Dios. Tras haber meditado las Palabras de la Escritura, nos desprendemos de las palabras e intentamos hacernos uno con Dios en el silencio.  En las  palabras nos ha tocado el mismo Dios. En este momento intentamos tocar a Dios y hacernos uno con El en la contemplación.

Para los primeros monjes, la mística es siempre mística de la Sagrada Escritura.  Leyendo y meditando la Biblia, tenemos las experiencias místicas más profundas.  

La meta de toda mística es hacernos uno con Dios;  no reflexionar ya más sobre El, sino llenarnos de Él y olvidarnos de nosotros mismos en El.  Allí donde nos olvidamos de nosotros  mismos, estamos totalmente presentes, somos totalmente uno con el instante actual, totalmente uno con Dios.

Contemplari significa propiamente mirar.  Pero no veo algo determinado. No tengo ninguna visión.  Más bien, miro el fundamento del ser.  

Cuenta el Papa Gregorio acerca de San  Benito, como éste vio el mundo entero en un único rayo de sol.  Con ello describe la esencia de la contemplatio.  De repente, en una única mirada, lo veo todono una cosa detrás de la otra, sino una dentro de la otra.  No distingo nada delimitado sobre lo que pueda hablar. Más bien, comprendo.  De pronto, todo está claro para mí.  No sé cómo explicar mi vida. Pero en lo más hondo de mi corazón sé que todo se ha aclaradoTodo está bien tal como es.  La contemplación es asentimiento al ser, asentimiento a mi vida, conformidad con todo cuanto es.

En la contemplación no reflexionamos sobre Dios. Pues mientras reflexionemos sobre Dios, seguiremos separados de Él. La contemplación pretende llevarnos a la Unidad con Dios.

Isaac de Nínive dice que la Palabra de la Escritura nos abre las puertas al misterio silencioso de Dios. Dios, que se expresa en la Palabra, está, sin embargo, más allá de toda palabra.  Y, no obstante, necesitamos las palabras para llegar hasta ese ámbito sin palabras del silencio, y, una vez allí, habitar en Dios y hacernos Uno con El.

En el silencio me desprendo de mis pensamientos e imágenes.  Simplemente estoy ahí, soy uno conmigo mismo, uno con Dios.  Esto no dura más que un instante.  Y no puedo provocarlo, sino que lo vivo como un don.  En este ámbito del misterio sin palabras de Dios puedo sentirme en casa.

La palabra alemana “Heimat” (hogar, patria), viene de “Geheimnis” (misterio). Solo puede estar en casa quien habita el misterio. En Dios mi alma llega al descanso.  Entonces se hace realidad lo que dice el salmista “Tranquilizo y acallo mi alma. Como un   niño en brazos de su madre, como un niño, así descansa mi alma en mi” (Sal 131, 2)


Este habitar en el misterio de Dios es como el descanso de un niño junto al rostro de su madre.  Es sentirse seguro junto al Dios que es padre y madre a la vez.

"La alegría, contra el desconsuelo de nuestro tiempo"
Anselm Grün
Sacerdote benedictino
Psicólogo
Escritor y Guía Espiritual
Prior de la Abadía de Münsterschwarzach (Alemania)
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Elsa B. Mirol Colella
Consultoría Psicológica, Astrológica y Floral
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