Hatshepsut,
la primera mujer faraón de
Egipto-Parte II
A la muerte de su padre, Hatshepsut, de 12 años de
edad, abandonó la oscuridad del palacio de las mujeres para casarse con su
medio-hermano, Tutmosis II y se convirtió en reina consorte de Egipto, un papel
para el que había sido preparada por su
padre. Hatshepsut prefería el título de
“esposa de Dios” (como se ha señalado, los faraones eran considerados
semi-divinos). Evelyn Wells informa que, al casarse con Tutmosis II, Hatshepsut
se comprometió a ser “femenina a un nivel divino, a exudar perfume al andar y a
hablar en un tono que llenara el palacio de música”. Al igual que su padre, Hatshepsut fue una
innovadora. Los historiadores comentan
que Tutmosis II llevó a su hija en la barcaza real para viajar por el Nilo,
presentarla a las autoridades de las principales ciudades y prepararla para el
momento en que fuera reina. Mientras la
barcaza viajaba hacia el norte, ella conoció un canal que iba desde la rama
oriental del Nilo hasta el mar interior y la tierra de Punt (hoy conocida como
Somalía), acerca de la cual había escuchado historias que la hacían soñar. Esta tierra roja contenía “el toque de oro y
de marfil, las voces de extraños animales, el olor de su incienso favorito de
los árboles de Mirra con aroma cítrico que crecían en Punt” Tal vez, durante
este viaje fue que resolvió enviar, algún día, una expedición a Punt.
A los pocos años de su reinado, Tutmosis II murió de
viruela. Después de su muerte,
Hatshepsut se convirtió en la primera mujer en gobernar Egipto ella sola.
Continuo con el amor de su padre por el orden de las formas de gobierno, por la
arquitectura y por las relaciones humanas. A pesar de tener que competir con
sus parientes varones para conservar su posición, ella pasó a ser gobernante
regente de Egipto a ser Faraón, cargo que ocupó durante 22 años.
Decidió que durante su reinado quería construir y
explorar, en lugar de destruir y conquistar.
Esta ha sido la típica actitud femenina que se observa en las mujeres
soberanas, las mujeres con poder a lo largo de la historia, especialmente
aquellas que utilizaron aceites esenciales.
La historia mitológica de la ascensión política de
Hatshepsut está registrada en las paredes de su templo de Deir el-Bahari: “Su
padre humano, Tutmosis I, la presenta a la corte real, la designa y la reconoce
como heredera. Tan pronto como fue
anunciada su titulatura, se sometió a un rito mayor de purificación (con
Mirra)”
Hoy en día, nuestra consciencia se está abriendo a
la divina femineidad. La antigua sociedad egipcia ofrece un tributo a lo
femenino al reconocer y aceptar a su mujer faraón, así como en su énfasis en la
belleza artística, en la moral en la vida cotidiana y en la sanación intuitiva
a través del sentido del olfato. La muy
unida familia real de Tebas, en la que la reina era, a menudo, la hermana ó la
media hermana del rey, utilizaba la inteligencia y la astucia política de sus
mujeres para gobernar más efectivamente.
Las mujeres eran, a veces, retratadas en el arte ya que se las había respetado y se les había dado más
libertad que en la mayoría de las culturas antiguas. Los egipcios tenían una
moral y un sentido de la humanidad que le permitió, a una mujer como
Hatsheptsut, prosperar en un mundo dominado por hombres.
Otro valor femenino manifestado en la cultura
egipcia fue el amor por los jardines.
Los egipcios, que apreciaban mucho las plantas y los árboles exóticos,
habían importado árboles de granadas y olivos.
En las hermosas terrazas de su templo en Deir el-Bahari, Hatshepsut
ordenó la siembra de 23 árboles de Mirra.
En la decoración de su templo hay un relieve pintado con los más
brillantes colores que representaba en detalle el transporte de estos árboles
preciosos. Hatshepsut envió una
expedición real de 5 embarcaciones a remo a la tierra de Punt (en la actualidad
Somalía). El relieve en su templo muestra flexibles árboles, misteriosos
animales y a la regordeta reina Ety de este país extranjero. Punt era rico en resinas preciosas como la
multifacética Mirra y el noble Incienso, que Egipto necesitaba para producir
Incienso y su perfume favorito, el Kyphi.
Como se ha señalado, se quemaba Incienso en gran cantidad durante los
rituales diarios del templo, y la Mirra se utilizaba en la momificación y en la
elaboración de perfumes y medicinas. Por
ejemplo “a aquellas personas que padecen aliento agrio.. se les aconsejaba
masticar bolitas de Mirra para aliviar sus síntomas” A Neshi, uno de los administradores de Hatshepsut
a cargo del viaje, se le pidió que
trajera, a su regreso, árboles vivos de Mirra, los cuales no se podían
encontrar en Egipto.
Los árboles, con las raíces hechas un ovillo, iban a
ser replantados en el jardín de Amón en Deir el-Bahri. El dios Amón olía como
el perfume de Punt. Además de la resina
de Mirra y los árboles, los barcos regresaron con ébano, con ganado, con monos,
con plata, con oro, con lapislázuli y con malaquita. Una inscripción en el templo de Hatshepsut
reza así: “Nunca se le trajeron tales cosas a ningún rey desde que el mundo es
mundo”
Tradicionalmente el rey era un hombre. El faraón egipcio era un dios en la Tierra,
el mensajero entre el pueblo egipcio y sus dioses. Después de su coronación, Hatshepsut desechó
la vestimenta femenina de su época y optó por llevar la vestimenta típica de un
rey masculino; una falda corta, un
cuello ancho, una tela ó una corona en su cabeza y una barba postiza. Una antigua estatua la muestra sentada,
usando una falda y un paño en la cabeza, pero también muestra, claramente, las
ligeras y suaves curvas de una mujer joven.
Más tarde, en muchas pinturas y estatuas, lleva ropa de hombre y parece
tener cuerpo de hombre. Conocida como el
primer faraón mujer, ella debe haber sentido que su imagen sería más aceptada
por sus sacerdotes y súbditos llevando vestimenta masculina tradicional. Además de rey con barba, fue retratada como
una esfinge y como una diosa, pero nunca como una mera mujer, a excepción de la
estatua de ella como joven reina.
Hatshepsut postuló a Senemut, un conocido arquitecto
de humildes padres para que ayudara en los proyectos de construcción. Él, como
ella, tenía un extraordinario intelecto y una poderosa personalidad. Ella le había hecho diseñar y construir
obeliscos en el templo de Amón-Ra en Karnak.
Sus puntas gemelas estaban enfundadas en finas hojas de oro para que
brillaran bajo los rayos del feroz sol egipcio. Fueron maravillas de la
ingeniería sobre las que Hatshepsut había grabado muchos escritos acerca de su
vida.
Su construcción más importante fue su templo
funerario, Djeser-Djeseru, una obra maestra de la arquitectura ajustada
perfectamente, a su entorno natural. En “The XVIII Dynasty Temple of Deir
El-Bahri” Eduard Naville describe este templo: “La gran originalidad de su
complejo reside en su organización en una sucesión de terrazas… que armonizan
con el anfiteatro natural de los acantilados”
El hermoso templo de piedra blanca contrapuesto a los acantilados de
color de rosa fue el primer templo de la historia excavado en la roca. Incluso, hoy en día, su sorprendente y
magnífica construcción parece de diseño contemporáneo.
Los últimos días de Hatshepsut están envueltos en el
misterio porque desaparece abruptamente de la historia registrada. Su nombre fue quitado de muchos de sus
retratos y monumentos. Como resultado,
quedó en el olvido durante casi 2000 años.
La expedición egipcia del New York Metropolitan Museum of Art de 1923 a
1928 descubrió numerosas estatuas de Hatshepsut y de Senemut en dos grandes
depresiones frente a su templo. Los
arqueólogos creen que su celoso hijastro y sucesor, Tutmosis III, arrojó las
estatuas allí y ordenó que su nombre fuera borrado de otros monumentos y
estatuas en un intento de remover a su brillante tía y madrastra de la historia
egipcia. Los historiadores creen que
murió en el año 1458 a.C. y que fue enterrada en el Valle de los Reyes, aunque
su cuerpo aun no ha sido encontrado. Tutmosis III no pudo borrar del todo su
legado. Su templo en Deir el-Bahri y las
nobles inscripciones en sus paredes aun pueden verse hoy en día. Cualquier visitante puede, fácilmente, evocar
una imagen de este amable y sabio faraón en sus actividades diarias y oler la
siempre presente Mirra, que le daba una sensación de equilibrio e inspiración,
ayudándola en sus esfuerzos creativos y ayudándola a ganarse la admiración de
aquellos a su alrededor.
Del libro “Aromaterapia, despertando a las fragancias curativas”
(Elizabeth Anne Jones)
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Elsa B. Mirol Colella
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