Soy Bobbie
Memorias de la hija de Edward Bach,
Evelyn Bach Varney
(Prólogo)
Muchos
se preguntarán qué tiene de “floral” este libro, excepto que la protagonista es
la hija de Edward Bach. Creo que esta
pregunta surgirá porque todavía muchas personas, incluso los profesionales de
este arte, creen que la terapia floral son las flores, ó la enseñanza técnica
de su uso. Realmente creo que hasta que
no seamos capaces de integrar la experiencia como una totalidad –y en esto
incluyo a Edward Bach como un alma en su complejidad vital- seguiremos en el
paradigma de lo bueno y lo malo del que la terapia floral se quiso desmarcar en
1930, con la despedida de Bach de su universo convencional, seguro para su
personalidad y repleto de comodidades y reconocimiento.
Ochenta
y tres años después de la muerte de Bach sigue existiendo un gran vacío en la
historia humana de Edward Bach, en el marco oficialista de nuestra ciencia,
pues pareciera que el mito como exaltación de una parcela de la vida del héroe
ha de estar por encima de la verdad, para que siga deslumbrando a los que
necesitan referencias de excelencia para sentirse seguros, y por ello se
resisten a integrar la polaridad de la existencia ó rechazan todo lo que no se
ajuste al modelo de necesidad que se ha creado para sostener a la leyenda. Ya lo explicó extensamente Carl G. Jung en su
magna obra Mysterium Coniunctionis, al referirse a la necesidad de trascender
la polaridad integrando los opuestos.
Todos
hemos vivido en un momento de la vida la negativa a aceptar la parte menos
amable de nuestra madre, en la necesidad de seguir manteniendo, en nuestro
ánimo, la certeza del amor sin el que no podríamos vivir, y de cómo con la
madurez existencial y el reconocimiento de nuestra propia sombra dimos un paso
a un verdadero amor integrado, que humanizó al lama en un profundo respeto por
la que hasta entonces sol existía en una faz.
Quizás éstos son los pasos que debemos seguir dando para amar realmente
a la terapia floral como almas cada vez más conscientes.
De
no haber sido por el empeño de mis dos hermanos Lluis Juan Bautista –que seguro
algo habrá “soplado” en esta nueva obra desde su nueva vocación- y Eduardo
Grecco, la terapia floral seguiría siendo una historia técnica desde la
cronología curricular cercenada de la verdadera humanidad de su promotor y
elevada por ello a lo imposible para cualquier simple mortal. Humanizar los
hechos es acercarlos a las vísceras, al alma de las cosas cotidianas, hacerlos posibles
para muchos otros que seguirían dependiendo del “salvador”, paralizados en la
imposibilidad de pensar y de traer al mundo algo parecido ó superior a lo que
en el mito se idealizó.
A
estas alturas nadie debería cuestionar la verdadera trascendencia de una
ciencia que nace de la vocación de fomentar la evolución del alma, al margen de
las características personales del “canal” que permitió su coagulación en el
tiempo, que lo trajo para que la humanidad despertara de su necesidad de seguir
creando mitos e idealizando la vida y así seguir frustrando sus expectativas
espirituales, pues la espiritualidad, como tantas veces repitió Edward Bach, es
ser fiel a uno mismo, que no es más que vivir
consciente y aceptar la naturaleza del ser en todas sus facetas como
prólogo de la expresión pura del Real Ser.
Que
Edward Bach fuera humano inunda mi corazón de esperanza; que viviera la “batalla”
de los que han decidido servir a la humanidad me tranquiliza, pues ahí
residimos muchos de los que hemos querido seguir su camino y sus enseñanzas.
En
este libro los autores dan voz a una parte de Bach, pues desde la mirada
sistémica no podemos desdeñar ningún vínculo, ya que todos ellos forman parte
del alma –en este caso la de Edward Bach- y su hija, como un símbolo del
inconsciente, debió ser muy importante para su evolución personal. Esa voz relata un proceso en paralelo, de
cómo una parte del sistema complementa la hazaña que la otra parte aportará a
la humanidad, de cómo la soledad de una niña permite el descubrimiento de la
terapia floral. Esta obra nos permite
reconocer los dos lados de una historia que se va completando gracias a la
contribución de todos los que participaron en ella y nos dá una gran lección de
vida; lo idílico es un sueño Clematis, conocer potencia aun más, si cabe, la
labor de un hombre que renunció a mucho de sí para cumplir con su vocación.
Nunca
sabremos si se podría haber hecho de otro modo, ni tiene sentido pensar en
otros finales; de hecho, ni siquiera sabemos si lo que relata el diario de
Evelyn Varney realmente ocurrió ó fue la necesidad de sanar su historia la que
le llevó a compartir su recuerdo, que, aunque incierto, como en la clínica, es
imprescindible como necesidad de sanar para seguir adelante. Dar voz a Evelyn Bach Varney es hacer
consciente lo inconsciente, es ampliar la consciencia y sanar heridas. Entender a Evelyn y entender a Bach,
contemplar el prisma que se engarza disolviendo el olvido, dando voz, aunque
sea en esta obra, es amar. Ese amor hará
que entendamos la necesidad que lleva al inconsciente colectivo a rezumar hacia
la consciencia, pues la terapia floral como ciencia nunca se verá afectada por
este hecho, ya que su naturaleza traspasa al hombre, aun siendo humano, incluso
a su memoria como ya lo hizo con Freud, Jung y otros grandes hombres, que
quizás nunca supieron ser “buenos padres” desde la moral y convencionalidad
afectiva aparente, pero que trajeron algo grande para toda la humanidad ¿Y si
lo hubieran sido?
Quiero
agradecer en estas últimas letras a Amparo y a Eduardo por la valentía y
compromiso hacia la erradicación de la ignorancia, uno de los pilares que
sostuvo Edward Bach hasta el final.
Luis
Jiménez
Semana
Santa de 2019
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